Era sábado, salí temprano de casa con la ilusión de poder conseguir los dos números del comics que estoy coleccionando, y mientras caminó rumbo al paradero, no dejo de toparme con perros y más perros.
Subo al bus que me llevará a mi destino, una amiga me recomendó el lugar, “ahí seguro que las encuentras, la tía tiene de todo”-me dijo-. Estaba entusiasmado y no lo podía esconder, hasta cuando pagué el pasaje sonreí, es cierto lo que dicen…uno no deja de ser niño, solo actúa como adulto, pero nada más.
La hora avanza y con ella el sol, el bus entra a territorio lunar – es que Lima luce así con tantas obras viales inconclusas- y comienza la procesión. La fila interminable de autos, detenidos al pie de uno de los semáforos de la avenida Tupac Amarú, es similar a las que hacía en el gobierno anterior de Alan García para comprar pan, leche o que se yo. La similitud de ambas situaciones me estremece y de paso me da hambre, la dieta es mala compañía cuando una está aburrido o está apunto de hacerlo.
Cuando por fin llega avanzar el bus, mi piel ya se había tostado lo suficiente de una lado que pensé – debo recordar sentarme de regreso al otro para que la quemada sea pareja-. En seguida, el cobrador se acerca a mí por quinta vez a pedirme el pasaje. Será que el sol fundió su última neurona o lo está haciendo apropósito, fácil esta tanteándome a ver si se fundieron las mías...tenía que pensar en algo para entretenerme.
El quiosco era tal cual me lo habían descrito, con publicaciones por aquí y por allá, colecciones de varios comics anteriores y una que otra de alguna enciclopedia. La dueña, era una mujer bajita de ojos grandes y algo ojerosa. Su piel estaba tan tostada que me hizo recordar mi lado quemado y el viaje que aun me faltaba para emparejarme. Antes de preguntarle si tenía el número uno y tres de la segunda colección de Spiderman, hice un pequeño reconocimiento al lugar. Sentí que mi actitud impacientó a la señora, así que anime a preguntarle. Claro joven, aquí, tenemos de todo, me dijo, esbozando una sonrisa de orgullo y a la vez de superioridad –¿ qué petulante es?- pensé, sin embargo en ese instante no le di importancia. La emoción retumbaba en mi corazón como el bombo de una barra brava ante la salida del equipo de sus amores que cualquier otro sentimiento o sensación solo eran pequeños murmullos.
Cuando por fin la señora se cansó de bucear en el mar de historietas que había dentro de su quiosco, y logró sacar a la luz, las dos que me hacían falta, no le dije nada. Solo atiné a sacar los seis soles de mi bolsillo, pagarle y tomar lo que para mí era mío desde que ella dijo que los tenía.
Una vez en el bus, ya de regreso, la curiosidad no deja de seducirme, así que decidí abrí cuidadosamente cada una y darle fin a la espera. Leí y observé los dibujos como tanto detenimiento que a pesar de sus escasas hojas me entretuve casi todo el camino. El bueno había derrotado al malo y había hecho lo correcto, salvar al inocente.
El tiempo cuando quiere puede ser efímero y cuando no, pude durar toda una vida, eso sucede con más frecuencia cuando los momentos son buenos y no así cuando son malos.
Caminé las tres cuadras que separan mi casa del paradero tratando de imaginar que sería del mundo real si existieran los súper héroes con súper poderes por supuesto – sería mejor, sin duda o quizás no, quién sabe- la idea, totalmente descabellada, me inquietó. Sería necesario tener súper poderes para salvar alguien- me pregunté.
Abrumado por los ecos de la imaginación, doble la esquina. Cuando lo hice, una imagen perturbadora me devolvió al mundo real de golpe. Un perro, igual a los que había topado cuando salí: sucio, descuidado, quizás muerto de sed por el calor infernal que nos abrazaba y también hambriento, aguardaba a su suerte bajo la sombra de un árbol, su sufrimiento me conmovió y en ese momento resolví todas mis dudas.
Regresé a mi casa corriendo, la idea era buscar un recipiente llenarlo con agua, tomar un poco de comida en una bolsa y salir con las mismas. Cuando regresé lo encontré dormido, no sabía como despertarlo hasta que se me ocurrió acercar a su hocico el agua para que la oliera, eso debería despertarlo – me dije. Y funcionó, aunque al principio dudo un poco, se levantó a duras penas y se acercó al recipiente. Verlo beber era conmovedor. Cuando terminó le acerque la comida. No me quedé, me di la vuelta y regresé a casa.
No necesitaba tener súper poderes para hacer una buena acción, solo hacía falta que me decidiera hacerlo y más nada. Sé que no ayudé a solucionar su situación, el seguirá siendo un perro callejero y quizás más tarde no tenga nada que comer; sin embargo, no me quedé con los brazos cruzados. Para ser un súper héroe, solo necesitas querer serlo y hacer una buena acción sin esperar nada a cambio, nada...
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1 comentarios:
Para ser un verdadero héroe tendrías que haber acabado con su situación . Darle una segunda oportunidad , por cierto , escribes de miedo :D
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