El sofá de Mayel

Una manera de interpretar al mundo...

Una mascota en casa es la alegría y la ternura disfraza con un abrigo de pelos; Pero si de un perro se trata, no solo hablamos de un abrigo de pelos, sino también de ladridos molestos, contagio de pulgas y una que otra travesura.

Tener una mascota en casa no es todo felicidad querida amiga, también requiere algo de responsabilidad por parte del dueño y mucha paciencia. Kilos y kilos de paciencia, si acaso se la pudiera pesar.

Pero vamos, tampoco deseo hacer una apología a la idea de no tener mascotas, no. Mas bien deseo contarte la historia de una, la mía.

Su nombre es Deyna, escogí ese nombre por que me pareció peculiar, aunque algunos me reprocharon que no era nombre de perro. Yo no les hice caso y la llame Deyna, me salí con mi gusto o disgusto ya no sé.

Ella nació un 24 de abril, a la vuelta de mi casa. Sus padres, dos ovejeros peludos, no tuvieron más salida que procrear a ella y a sus nueve hermanitos. Algunos humanos no vemos en ellos seres vivos, sino maquinas de hacer dinero.

La primera vez que la vi, no pude evitar sentirme atraído por su pelaje blanco, con sus dos manchitas negras y sus ojitos negros redonditos llenos de vida. Esto era la señal de lo traviesa que iba a ser, sin embargo, en ese instante no me di cuenta.

Pasado el mes después de nacida, el cual debería haberse quedado con su madre, decidí llevarla a casa. Fue una decisión trascendental, pues hace muchos años -10 para ser exactos- que no teníamos una mascota.

Podía ser rechazada, me podían botar a la calle con todo y perro o lo que era peor, me podían botar a mí a la calle y quedarse con el perro, con mi familia nada se sabe.

Desprenderla del calor de su madre me costo caro. La primera noche lloró y lloró haciendo trizas mi sueño. Desesperado por no saber que hacer, llame a su ex dueño y le pedí un consejo. Él muy conocedor de los canes, me recomendó que llevara a mi cuarto y me acueste con ella, “así sentirá el calor de tu cuerpo y se callará, porque pensará que es el de su madre”. Y esa noche fui su madre.

A eso de las 3 de la madrugada empezó a llorar otra vez. Estaba inquieta, se movía y se movía en la cama, era como si deseara llegar al piso. Y antes de que se cayera, decidí ponerla ahí. Segundos después se movió la tierra, ese día comprobé que si es cierto “los perros sienten antes los temblores”.

Pasaron los días, y mi familia la aceptó. Mi madre la más reacia a tener una mascota en casa, terminó hasta dándole de comer. Mi padre le empezó a comprar su comida todos los días. Deyna se había metido a mis padres en el bolsillo, pero a mi me daba mas trabajo cada día.

Si ensuciaba me hacían limpiar a mí. Si ladraba en las noches tenía que callarla. Si se le ocurría pedir agua en la madrugada tenía que levantarme a servírsela. Ustedes se preguntarán ¿pide? Si, pide, no habla por supuesto, pero golpea su depósito de agua, que es de metal, hasta levantar a cualquiera de nosotros.

Sin embargo, no solo pide agua, sino también exige que la saquen a pasear. Por las noches, cuando todos estamos sentados viendo la televisión, toma su cadena entre sus mandíbulas y llega hasta delante de nosotros y la suelta. Acto seguido mi madre me manda a sacarla. A veces se hace odiar Deyna.

Dicen que del odio al amor hay un paso, y bueno tengo que confesarte que algo así me pasa con ella. Han pasado ya siete años, que rápido pasa el tiempo, y entre encuentros y desencuentros, popó en medio de sala y una que otra presa de pollo escondida entre los cojines de los muebles, la vida de Deyna en nuestra casa ha sido, me cuesta reconocerlo, una bendición. Luego de la partida de nuestros abuelos, el silencio que viene luego del dolor de una perdida reino y se apoderó de a pocos de nuestros reducidos espacios. No intento decir con esto que ella vino a reemplazarlos, eso nunca lo podría hacer. Sin embargo, si nos devolvió una vez más la alegría y la esperanza de volver hacer una familia.

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